Hay algo que se repite harto últimamente: esa idea de que si haces todo “bien”, vas a ser feliz.
Si vas a terapia, haces yoga, meditas, sanas tu “niño interior”, pones límites, te alimentas bien, duermes ocho horas y repites afirmaciones positivas frente al espejo… entonces vas a llegar a esa especie de cielo emocional donde todo está bien y tú también.
Spoiler: no funciona así.
La psicoterapia no es un camino a la felicidad. Al menos no a esa felicidad tipo comercial de bebida energética: explosiva, constante, llena de risas con gente abrazada en cámara lenta.
Y qué bueno que no lo sea.
Porque vivir con la expectativa de estar feliz todo el tiempo es el camino más rápido para sentirse mal por sentirse mal. Es una trampa. Y además, una bastante solitaria. Porque cuando no estás feliz a pesar de estar trabajando en ti, aparece la culpa. Y ahí estás, triste, pero además con la sensación de que fracasaste.
Una terapia verdadera no te ofrece felicidad ininterrumpida.
Pero puede ofrecerte algo más real y profundo: estar en paz contigo mismo.
Terapia es poder estar contigo sin huir.
Es mirar tu historia con menos juicio.
Es poder habitar el presente sin tanta culpa por el pasado ni tanto miedo al futuro.
Es desarmar esas máscaras que armaste para que te quieran.
Es dejar de pelear con lo que sientes.
Y elegir distinto, apagar el piloto automático.
Eso no es poca cosa. A veces, eso es muchísimo.
Y a veces, eso es la paz.
No es una paz perfecta ni permanente.
Pero sí una forma más liviana de vivir.
Una en la que no necesitas tener todo resuelto para respirar un poco más profundo.
La terapia no te va a hacer feliz todos los días.
Pero sí te puede enseñar a vivir días tristes sin derrumbarte.
A quererte sin exigirte perfección.
A vivir contigo sin estar todo el tiempo tratando de escapar.
Y quizás, aunque no lo parezca, eso es lo más parecido a estar bien de verdad.
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