Por Vito Cáceres, psicoterapeuta
Estamos viviendo una época curiosa: personas que nunca se habrían atrevido a ir a terapia ahora se atreven… pero no con una persona. Lo hacen con una aplicación, un bot, una IA.
Y no hablo de buscar información ni de hacerse una idea de por dónde empezar.
Hablo de una tendencia creciente: tratar de sanar vínculos humanos con vínculos que no son humanos. Y ahí hay un peligro que necesitamos mirar con lupa.
La inteligencia artificial, por sofisticada que sea, no tiene piel, ni historia, ni ética encarnada. Es un lenguaje que simula cercanía, simula escucha, simula empatía, pero no vive nada de eso. Y por lo mismo, hay algo perversamente cómodo en hablar con una IA: no te confronta, no se cansa, no se incomoda, no cambia el tono. No tiene agenda propia. Está disponible 24/7 y siempre “te entiende”.
Demasiado perfecto.
Demasiado peligroso.
Porque la terapia no es un espacio para sentirse siempre cómodo.
La terapia real es una relación viva, educativa en el sentido más profundo: se aprende de uno mismo en relación con otro. No de manera pasiva, sino a través de la experiencia compartida. Con incomodidades, límites, pausas, reparaciones y momentos difíciles que enseñan más que mil consejos.
Y acá es necesario detenernos y traer un concepto que viene de la medicina, pero que vale la pena mirar desde la salud mental.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), las enfermedades iatrogénicas pueden definirse como reacciones adversas a los fármacos o complicaciones inducidas por intervenciones médicas no farmacológicas.
En otras palabras: daño causado por la ayuda misma.
Ahora pensemos: ¿y si ese mismo tipo de daño puede venir de algo que pretende parecerse a la terapia, pero no lo es?
¿Qué pasa si empezamos a “aprender” que una buena relación es esa que nunca te pone en jaque? Que una buena escucha es la que no dice nada incómodo. Que el cuidado es lo que siempre está disponible, sin preguntar nada a cambio.
Aprendemos mal.
Y ahí aparece el verdadero peligro: el vínculo IAtrogénico.
Sí, lo escribo con “i” y “A”. Porque es un vínculo que parece terapéutico, pero no lo es. Que parece contenedor, pero no sostiene. Que parece enseñanza, pero solo repite lo que ya sabías o lo que quieres oír. Y que, en lugar de sanar, refuerza el autoengaño y debilita la capacidad de tolerar la complejidad real del vínculo humano.
¿La IA puede ser una herramienta para el bienestar mental? Por supuesto. ¿Puede ser útil como acompañamiento? Claro que sí.
Pero no es ni será un vínculo terapéutico real.
Y confundir eso es —sin exagerar— una forma moderna de daño.
Llamémoslo como corresponde:
La nueva psicoterapia IAtrogénica.
Y ojalá podamos aprender a ver la diferencia, antes de que los vínculos verdaderamente humanos —con su imperfección, su dificultad, su belleza— se vuelvan una experiencia que no sepamos tolerar.
Deja una respuesta