Por Vito Cáceres, psicoterapeuta
En Chile, 59 de cada 100 matrimonios terminan en divorcio. Es la cifra más alta de toda América Latina. Más que Brasil. Más que México. Más que Colombia. Lo que debería ser un dato de preocupación nacional, pasa muchas veces como anécdota, como meme o como una triste resignación. Pero la verdad es que habla de algo mucho más profundo: estamos fallando en el arte de convivir y no estamos haciendo lo suficiente para cambiarlo.
Nos casamos, convivimos, compartimos techo y cama, hijos y cuentas, pero no hablamos de cómo vincularnos de manera sana, de cómo resolver conflictos, de cómo mantener el deseo, de cómo enfrentar el cansancio, la rutina, la herida emocional y la diferencia inevitable. En un país donde la esperanza de vida supera los 80 años, y cada vez más personas viven solas o en hogares unipersonales, la soledad ya no es una amenaza lejana. Es una realidad creciente.
Y sin embargo, muchas parejas siguen creyendo que ir a terapia es «para cuando todo está perdido», como si el único motivo válido fuera una crisis terminal. Pero la evidencia y la práctica clínica dicen otra cosa: la terapia de pareja es una herramienta preventiva, reparadora y profundamente transformadora, tanto para el vínculo como para la salud mental de cada persona que lo habita.
Una relación de pareja insatisfactoria no solo desgasta el vínculo, también erosiona la autoestima, aumenta los niveles de estrés, altera el sueño, la concentración, el humor y, a la larga, puede deteriorar seriamente la salud mental individual.
¿Y qué estamos haciendo frente a eso? ¿Esperar que se arregle solo? ¿Guardar silencio? ¿Dejar que se pudra?
La verdad es que ir a terapia de pareja no es un lujo ni una rareza. Es, cada vez más, una necesidad básica. Así como vamos al médico cuando algo duele, así como aprendemos a comer mejor o mover el cuerpo para cuidar la salud física, también necesitamos hacernos cargo de nuestra salud relacional.
Porque los vínculos, cuando se descuidan, se rompen.
Y cuando se rompen mal, no solo duelen… se llevan parte de nosotros.
En un país donde las tasas de divorcio lideran la región y los hogares unipersonales van en alza, la solución no está en evitar amar, sino en aprender a amar mejor.
Y para eso, la terapia puede ser ese espacio incómodo, sí, pero necesario, donde aprender a conversar mejor, a comprender más, a escuchar lo que duele y a construir algo nuevo. Incluso si al final la decisión es separarse, que al menos no sea desde el caos, sino desde la conciencia.
59 de cada 100 matrimonios terminan…
¿De verdad no vas a ir a terapia de pareja?
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